«Un día como éste, algo más tarde, algo más pronto, descubres sin sorpresa que algo no va bien, que, hablando en plata, no sabes vivir, que no sabrás jamás.
El
sol pega sobre la chapa del tejado. El calor dentro de la buhardilla es insoportable.
Estás sentado, bloqueado entre el banco y la estantería, con un libro abierto
sobre las rodillas. Hace tiempo que ya no lees. Tus ojos permanecen fijos sobre
una estantería de madera blanca, sobre un barreño de plástico rosa en el que se
pudren seis calcetines. El humo de tu cigarrillo abandonado en el cenicero sube,
rectilíneo o casi, y se expande en una capa inestable bajo el techo marcado por
minúsculas grietas.
Algo
se rompía, algo se ha roto. Ya no te sientes — ¿cómo decirlo?— apoyado: algo
que, te parecía, te parece, te reconfortó hasta entonces, te mantuvo cálido el
corazón, el sentimiento de tu existencia, casi de tu importancia, la impresión
de pertenecer, de nadar en el mundo, comienza a faltarte. [...]
Te
quedas en tu cuarto, sin comer, sin leer, casi sin moverte. Miras el barreño,
la estantería, tus rodillas, tu mirada en el espejo resquebrajado, el bol, el
interruptor. Escuchas los ruidos de la calle, la gota de agua en el grifo del descansillo,
los ruidos de tu vecino, sus carraspeos, los cajones que abre y cierra, sus ataques
de tos, el silbido de su tetera. Sigues, sobre el lecho, la línea sinuosa de
una fina grieta, el itinerario inútil de una mosca, la progresión casi
localizable de las sombras.
Ésta
es tu vida. Esto es lo que tienes. Puedes hacer el inventario exacto de tu escasa
fortuna, el balance preciso de tu primer cuarto de siglo. Tienes veinticinco años
y veintinueve dientes, tres camisas y ocho calcetines, algunos libros que ya no
lees, algunos discos que ya no escuchas. No tienes ganas de acordarte de nada, ni
de tu familia, ni de tus estudios, ni de tus amores, ni de tus amigos, ni de
tus vacaciones, ni de tus proyectos. Has viajado y no has traído nada de tus
viajes. Estás sentado y sólo quieres esperar, esperar solamente hasta que no
haya nada más que esperar: que venga la noche, que den las horas, que los días
se vayan, que los recuerdos se desdibujen.»
Un hombre que duerme, Georges Perec.
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Días grises que no estás para nadie,
abrazado al aire en tu sofá.
El teléfono olvidado el alguna parte, esperando a alguien que hoy
no vendrá.
Hoy no vendrá, sé que hoy no vendrá…
¿Qué más puedes pedir a mi cabeza,
en diez metros cuadrados de tristeza?
Llora el cielo en mi ciudad cada
tarde, encerrado como un mal ladrón, con mil recuerdos para llegar a ninguna
parte. Yo sólo tengo alguien que sé que no vendrá.
Hoy no vendrá, sé que no vendrá…
¿Qué más puedes pedir a mi cabeza,
en diez metros cuadrados de tristeza?
Yo solo espero a alguien,
Yo solo busco a alguien,
Yo solo quiero a alguien
Yo solo tengo a alguien que hoy no
vendrá.
¿Qué más puedes pedir a mi cabeza,
en diez metros cuadrados de tristeza?
Audio: Zoo - Días grises
http://grooveshark.com/#!/s/D+as+Grises/4QBIAT?src=5
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