«No
es que detestes a la gente, ¿por qué tendrías que odiarlos? ¿Por qué tendrías que
odiarte? ¡Si al menos esta pertenencia a la especie humana no viniera acompañada
de este insoportable jaleo, si al menos estos pocos pasos irrisorios que hemos
dado en el reino animal no tuvieran que pagarse con esta indigestión perpetua
de palabras, de proyectos, de grandes comienzos! Pero se paga un precio
demasiado alto por estos dos pulgares oponibles, por la posición erguida, por
la rotación imperfecta de la cabeza sobre los hombros: ¡esta caldera, este
horno, esta parrilla que es la vida, estos miles y miles de requerimientos, de provocaciones,
de amenazas, de exaltaciones, de desesperaciones, este baño de obligaciones que
nunca se acaba, esta eterna máquina de producir, de triturar, de engullir, de
superar baches, de volver a empezar de nuevo una y otra vez, este dulce terror
que insiste en regir cada día, cada hora de tu ínfima existencia!
Apenas has vivido y sin embargo ya está todo dicho, terminado.
Sólo tienes veinticinco años pero tu senda está toda trazada. Los roles
asignados, las etiquetas: del orinal de tu primera infancia a la silla de
ruedas de tu vejez, todos los asientos están ahí y esperan tu turno. Tus
aventuras están tan bien descritas que la revolución más violenta no haría pestañear
a nadie. Da igual que bajes la calle lanzando por ahí los sombreros de la gente,
cubriéndote la cabeza de basura, descalzo, publicando manifiestos, disparando
con un revólver al paso de cualquier usurpador: tu cama ya está hecha en el dormitorio
del asilo, tus cubiertos dispuestos en la mesa de los poetas malditos. Barco
ebrio, milagro miserable: Harare es una atracción de feria, un viaje organizado.
Todo está previsto, todo está preparado hasta el menor detalle: los grandes
impulsos del corazón, la fría ironía, la aflicción, la plenitud, el exotismo,
la gran aventura, la desesperación. No le venderás tu alma al diablo, no irás,
en sandalias, a arrojarte al Etna, no destruirás la séptima maravilla del
mundo. Todo está ya preparado para tu muerte: la bala que acabará contigo se
fundió hace mucho, las plañideras ya han sido designadas para seguir tu ataúd.
¿Por
qué habrías de escalar hasta la cima de las colinas más altas para enseguida
volver a descender? Y, una vez abajo, ¿cómo hacer para no pasarte la vida
contando cómo te las arreglaste para subir? ¿Por qué fingirías estar vivo? ¿Por
qué seguirías? ¿No sabes ya todo lo que te sucederá? ¿No has sido ya todo lo
que debías ser: el digno hijo de tu padre y tu madre, el pequeño niño scout
valiente, el buen alumno que lo podría haber hecho mejor, el amigo de la infancia,
el primo lejano, el militar atractivo, el joven pobre? Algunos esfuerzos, ni siquiera
algunos esfuerzos, sólo unos cuantos años más y serás el ejecutivo medio, el apreciado
colega. Buen marido, buen padre, buen ciudadano. Excombatiente. Uno a uno, como
la rana, escalarás los estrechos peldaños del éxito social. Podrás elegir, de
una amplia y variada gama, la personalidad que le vaya mejor a tus deseos; será
cuidadosamente diseñada a tu medida: ¿serás condecorado? ¿Cultivado? ¿Fino
gourmet? ¿Explorador de riñones y corazones? ¿Amigo de los animales? ¿Consagrarás
tus horas de ocio a masacrar en tu piano desafinado sonatas que no te han hecho
nada? ¿O bien fumarás en pipa en una mecedora repitiéndote que la vida tiene
sus cosas buenas?
No.
Prefieres ser la pieza que falta del puzzle. Retiras del juego tus fichas. No
estás en racha ni te lo juegas todo al mismo número. Pones el arado delante del
buey, tiras la toalla, vendes la piel del oso antes de cazarlo, empiezas la
casa por el tejado, te fumas tu capital, echas el cierre, te despides a la
francesa. Dejarás de escuchar los buenos consejos. No pedirás soluciones.
Pasarás de largo, mirarás los árboles, el agua, las piedras, el cielo, tu
rostro, las nubles, los techos, el vacío. Te quedas junto al árbol. Ni siquiera
le pides al ruido del viento entre las hojas que se vuelva oráculo.»
Un hombre que duerme, Georges Perec.
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Vuelvo a preguntar hacia dónde voy
¿Quién tira de mí y me deja vacío?
Vuelvo a preguntar por qué sigo así,
odio estar aquí... toda esta mentira.
Respiro indiferencia y no sabe mal,
me hace estar lo suficientemente gris.
Vuelvo a preguntar hacia dónde voy
¿Quién tira de mí y me deja vacío?
Vuelvo a preguntar por qué sigo así,
odio estar aquí... toda esta mentira.
Respiro indiferencia y no sabe mal,
me hace estar lo suficientemente gris.
Sólo sigo las pisadas,
doy vueltas en su misma dirección...
una y otra vez.
Respiro indiferencia y no sabe mal,
me hace estar lo suficientemente gris.
Audio: Nuevenoventaicinco - S. F. Mente gris
http://www.youtube.com/watch?v=5unpec6prDY