domingo, 29 de diciembre de 2013


En su discuro de aceptación del premio Nóbel, la Madre Teresa de Calcuta dijo:

«El mayor destructor de la paz es el aborto... Hay mucha gente muy, muy preocupada por los niños de la India,por los niños de África que mueren allí en gran número, de malnutrición, de hambre y demás, pero hay millones más que mueren deliberadamente por voluntad de su madre. Y ese es el mayor destructor de paz que existe hoy día. Porque si una madre puede matar a su propio hijo, no hay nada que me impida matarte a ti y a ti matarme a mi.»

Comentarios asombrosamente desencaminados para ser un diagnóstico de los problemas del mundo. Como declaración de moralidad no resultan mejores. La compasión de la madre Teresa estaba muy mal calibrada para que la matanza de fetos en el primer trimestre le preocupase más que el resto del sufrimiento que había persenciado en esa tierra. Aunque el aborto constituye una realidad desagradable y deseamos que los avances en contraconcepción acaben reduciendo su necesidad, resulta razonable cuestionarse si esos fetos abortados sufren a algún nivel. Pero uno no puede cuestionarse de forma razonable lo que le pasa a los millones de hombres, muejeres y niños que deben pasar el tormento de la guerra, el hambre, la tortura política o la enfermedad mental. En este mismo momento, hay millones de personas padeciendo inimaginables dolencias físicas y mentales, en circunstancias en las que esta ausente la compasión de Dios, mientras la compasión de los seres humanos se ve obstaculizada por ideas absurdas sobre el pecado y la salvación. Si te preocupa el sufrimiento humano, el aborto debería estar muy atrás en tu lista de preocupaciones.


Aunque al aborto sigue siendo un tema absurdo de enfrentamiento en los Estados Unidos, ahora mismo la posición "moral" de la Iglesia en este asunto esta ejemplificada de forma horrible en El Salvador. En ese país, el aborto es ilegal bajo cualquier circunstancia. No hay excepciones por violación o incesto. Cuando una mujer se persenta en el hospital con el útero perforado, lo que indica que ha tenido un aborto clandestino, se la esposa a la cama de hospital y se trata a su cuerpo como si fuera el escenario de un crimen. Los forenses llegan para examinar su útero y su cérvix. En la cárcel hay mujeres cumpliendo sentencias de treinta años por interrumpir su embarazo. Y todo ello en un país que también estigmatiza el uso de los contraceptivos por considerarlos un pecado contra Dios. Éste es precisamente el tipo de política que adoptaríamos de coincidir con la forma que tenía la madre Teresa de medir el sufrimiento del mundo. De hecho, el arzobispo de San Salavador luchó activamente por mantener esta política, ayudado por el papa Juan Pablo II, que en una visita a ciudad de México en 1999, declaró que «la Iglesia debe proclamar el evangelio de la vida y hablar con fuerza profética contra la cultura de la muerte. ¡Qué el continente de la esperanza sea también el continente de la vida!»

Por supuesto, la postura de la Iglesia ante el aborto se basa tanto en los detalles biológicos como en la realidad del sufrimiento humano. Se ha calculado que el 50% de todas las concepciones humanas acaban en un aborto espontáneo, normalmente sin que la mujer llegue a darse cuenta de su embarazo. De hecho, el 20% de los embarazos conocidos acaba en aborto natural. Y en todo esto hay una verdad evidente que clama ser reconocida; si Dios existe, es el abortista más prolífico de todos.


Carta a una nación cristiana
, Sam Harris.