Creíamos
que ya se acercaba la festividad del Hombre Muerto.
En
las cavernas, en lo que quedaba de la destrucción del mundo, rezábamos porque
se hiciera festiva la destrucción del hombre y rezábamos ante la estatua de un
hombre muerto; y las mujeres lloraban porque no amaneciera el día del Hombre
Muerto. Nadie supo cómo se llamaba aquel día; acaso DORMUND, duerme –el- mundo,
y esperaban las pesadillas de la sangre. Y había un rosario en el que las
cuentas reflejaban los días para esperar al Hombre Muerto, al hombre con el que
sueña el mundo. Y cuando no haya nadie en el mundo rezaremos al Hombre Muerto.
Al cadáver del corazón que es la clave del DORMUND, que, en el lenguaje que
inventara Fulcanelli, significa «duerme el mundo».
Y
comeremos para siempre del corazón del Hombre Muerto.
Ah
mariposa caída sobre la noche.
Ah
mariposa que vuelas lentamente sobre la noche donde duerme el mundo; para
vengarse de su propia existencia, para vengarse del mundo, de la inmundicia
airada de la vida; para vengarse del amanecer, del sucio amanecer, gris como la
muerte.
Y
el orgullo sí muere en las cavernas. En las cavernas donde ha aparecido todo lo
que quedaba del hombre, y donde sólo queda la llama de una vela rezando para
que muera el hombre; para que nada quede de la vida y del hombre. Y es mi
bandera un cadáver; el cadáver del Hombre Muerto. Demasiado humano todavía. Y
un espectro reza en la sombra: Ah Virgen María, virgen de la muerte del mundo;
ahora, en la hora de nuestra muerte, amén, amén, amén.
Letanía
de la muerte del mundo. Oración en la sombra del mundo.
Ah
cadáver en que se rompe la página. Sagrada corrupción del desastre.
Oh
diario de Ana Frank del esperpento. Mueca grotesca sobre el mundo. Rictus en
que se cierra la página.
Otra
página para romper la página; la página
que es el sudario de un dios hace tiempo muerto, pero que aun reza para que
muera el mundo en el sudario blanco de la página.
Oh
blancura inamovible de la página –y el blanco es el color más inhumano-. Y
escondidos en las cavernas rezábamos oraciones contra el ruido. La fétida
caverna, que es ahora nuestro hogar. La tumba, que es todo nuestro hogar y
nuestra patria. La tumba para que venciera la muerte en las cavernas.
Mártires
de la muerte y esclavos del gusano. Servidores del gusano. Fétidos servidores
del cadáver que ilumina el mundo. Oh misterios del gusano. ABRACADABRA.
Y
decidimos crear una mujer como compañera del Hombre Muerto. La mujer, la esposa
del Hombre Muerto. La emanación sutil de un cadáver: el aroma del Hombre
Muerto, su inimitable perfume.
El
Hombre Muerto encontró a una niña, y le dijo: -Ven y verás el cadáver del
Hombre Muerto, su horrible pestilencia. Y el Hombre Muerto dejó caer unas
palabras como esperma diciendo: «He aquí la pestilencia que no nombra a nadie;
el aroma del Hombre Muerto… y ¿qué es el Hombre Muerto sino uno entre muchos cadáveres?
O quizás sólo hay un cadáver, el cadáver del Hombre Muerto».
Todos
los días son el mismo día para el Hombre Muerto. Todos los días la misma
festividad del Hombre Muerto. Todos los días, al desayuno, la inmensa
celebración del desastre, la misma celebración de la muerte, la misma oración
del Hombre Muerto. El miso humo azul en las salas de los hospitales.
El
cadáver debe ser disuelto en ácido y nada debe quedar; nada, sólo el humo azul
que se evapora del muerto, y la lápida para la celebración de la caída del
Hombre Muerto.
Por
la calle, todos los años a la misma hora, camina el Hombre Muerto: el duende
que camina, el fantasma. «¿Qué es un fantasma? –preguntó Stephen. «Un ser que
se desvanece en el aire hasta hacerse impalpable; por muerte, por ausencia, por
cambio de costumbres». Y le pregunté al hombre muerto: «¿Qué es una cama?» «Un
lugar para matar; un asilo seguro para matar; un lugar seguro». Y ¿quién sabe
si habrá un lugar para hablar, un lugar para beber, un lugar para amar, para
soñar; un lugar para vivir; un lugar para fechar la destrucción del mundo; y
ese lugar se llamaría Gema Pavel.
Y
así decidimos que la festividad del Hombre Muerto es el único lugar para el
sueño, el único lugar para no existir.
La
presentación del superhombre,
Leopoldo María Panero.
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